top of page

- Giuliano Giri... -apunta Vélmez, animando al Comisario a continuar. El calor en el despacho es casi sofocante: el aparato de aire acondicionado gotea en una esquina, escupiendo apenas algo de aire fresco.

 

- Así es, Vélmez. Nos llaman del  Va-ti-ca-no -enfatiza el Comisario, acompañando cada sílaba de un golpe del dedo índice sobre la mesa-. Parece ser que se ha detectado un problema en el interior de la Capilla Sixtina, alto secreto, y el Equipo de Restauración ha trasladado el asunto a las fuerzas de seguridad vaticanas. 

 

Vélmez se desabrocha los dos botones superiores de la camisa, mientras nota cómo el sudor se agolpa en su espalda y axilas. Si la conversación con el Comisario Jefe dura mucho más, tendrá que levantarse y abrir la ventana para dejar que entre oxígeno en la oficina. 

 

- Así pues, Vélmez, debe desplazarse hoy mismo a Roma; en el aeropuerto le estará esperando alguien del Equipo de Seguridad del Vaticano y le llevará, con la máxima discreción, a uno de los apartamentos vaticanos para comenzar a trabajar. No, no -le dice, levantando la mano en una clara orden de no interrumpirle-: no irá nadie con usted. Comprenderá que este caso es confidencial y delicado. De hecho, nos han solicitado que regrese usted con todo resuelto el día 6 de agosto. Así que tiene tres días, desde hoy, para viajar, solucionar lo que allí le indiquen y volver para presentar su informe oficial. 

 

Cuando el Comisario le da permiso ya para poder marcharse del despacho, la primera decisión de Vélmez es pedirle a su eficaz secretaria que le acerque una botella de agua muy fría del quinto piso de la Comisaría, donde hace años se improvisó una cocina con una diminuta mesa blanca, una suerte de café barato -que nunca prueba- y un frigorífico de hace más de veinte años, pero que todavía funciona. Una vez que consiga recuperar el aire y el agua que ha perdido en la última media hora, verá cómo llegar esa misma noche a Roma...

 

 

 

 

bottom of page