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El Comisario le espera en el despacho con claras muestras de impaciencia.

- Buenos días, Vélmez. Siéntese, siéntese. Iré al grano -le dice, mientras le señala la silla cercana a su mesa y le invita a tomar asiento-. Gracias por venir tan rápidamente; supongo que comprenderá que el tema es grave y urge agarrar el toro por los cuernos. 

- Espero que lo sea, Comisario, porque tengo el coche en el taller y el taxi me ha costado un riñón -contesta, malhumorado, Vélmez. 

- Lo comprendo, lo comprendo -en realidad, el Comisario no comprende nada: el Inspector es su subordinado más huraño, el que peores relaciones tiene con todo el grupo de su comisaría y muestra extrañas costumbres, como resistirse a tirar el sillón viejo y apolillado de su despacho; sin embargo, es, con mucho, su mejor subalterno, con un cien por cien de sus casos resueltos con éxito-. Verá, hace una hora nos ha llamado el Obispo de León, de manera estrictamente confidencial; me ahorraré los detalles, pues se los explicarán allí mismo, en la ciudad. Mañana por la mañana debe encontrarse en la estación de tren de León, donde le recogerá un coche policial de la ciudad para llevarle a la puerta de la Colegiata Basílica de San Isidoro. Allí le estará esperando Francisco Rodríguez Llamazares, el abad de la comunidad religiosa. Él le contará qué se espera de usted -dice el Comisario, casi sin respirar.

 

- ¿Me está diciendo que tengo que coger un tren hoy mismo para estar en León a no sé bien qué hora? -contesta, levantando la ceja izquierda, el Inspector: un claro gesto de ironía y duda que se permite delante de su jefe.

 

- Hoy mismo no, Vélmez, hoy mismo, no -le responde, cansado e impaciente, el Comisario, mientras se mesa los cabellos-. Le he avisado con tiempo porque debe acudir a la estación de Chamartín, aquí, en Madrid, y recoger su billete. Sale usted mañana por la mañana, en el primer tren. A las 9:21 llegará a León y allí le estará esperando alguien de la Comisaría Central de la ciudad para llevarle a su reunión.

 

Vélmez mira al Comisario con cara de incredulidad. No es la primera vez que su jefe le manda a otra ciudad, sin muchos datos, para resolver un caso que, sin duda, será fundamental para aumentar el prestigio de la Comisaría y, posiblemente, garantizarle a él más de un quebradero de cabeza. Aún recuerda la jaqueca que el caso del robo del Códice Calixtino, en Santiago de Compostela, le provocó. Y hace años ya... 

- Esta bien, está bien -responde, suspirando. Se ha comido los donuts por el camino y bebido el té en el taxi, ante el gesto enfadado del conductor, molesto al pensar en la posibilidad de que su cliente le manchara la tapicería con el azúcar glass...

- Le solicitaré informes periódicamente; este caso va a saltar a los medios de comunicación rápidamente, y quiero estar informado puntualmente de todo lo que ocurra -le dice el Comisario, mientras se levanta de su asiento, una clara señal de que la reunión ha terminado-. Ni qué decir tiene que doy por hecho que llevará todo el asunto con discreción. No nos interesa quedar mal ante el Obispo... 

-Claro, claro, Comisario, no se preocupe -se despide Vélmez, ajustándose la chaqueta...

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Misión 1: 100 puntos

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