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Zzzzzzzz. Zzzzzzzzzz.

El teléfono comienza a vibrar, insistente. Vélmez mira el aparato: solo pueden ser malas noticias: un domingo a la hora del desayuno -¡su domingo libre!

Zzzzzzz. Zzzzzzzzz. Zzzzzzzzzz. 

Por un momento duda entre dejar que la llamada se pierda y hacer como si nada, paladeando, goloso, uno de los donuts. 

Zzzzzzz. Zzzzzzz. Zzzzzzzz. Zzzzzzzzz.

Vélmez mira la pantalla y, suspirando, descuelga: 

- Espero, señorita Blam, que sea una buena razón la que le ha impulsado a llamarme en mi único domingo libre en mucho tiempo -dice, furioso, a su secretaria. 

- ¿Inspector? Lo siento, jefe -contesta, alegre y despreocupada por el tono de voz del detective, la eficaz Ketty Blam-: el Comisario ha llamado. Quiere verle en su despacho en media hora. Ha dicho que es urgente. ¡Y ya sabe cómo se pone cuando pasa esto!

- No me lo puedo creer... -contesta, malhumorado, el hombre-. No puede ser, no, otra vez.

- Va a tener que dejar los donuts en su plato y meter el té en un termo -añade. Vélmez adivina que la chica se está sonriendo, burlona, mientras le habla-. Hasta dentro de un rato, jefe -dice, justo antes de colgar. 

Vélmez mira la pantalla de su teléfono, suspira de nuevo y mete los donuts en un papel de aluminio, mientras trata de recordar dónde guardó la última vez el termo de café que usa para sus tés...

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